No existe el tiempo, solo el lugar y las personas.
Ante la mala fortuna de no poder coger dos de los trenes previstos me cuestioné si realmente debía escaparme a Valencia o no. Dicen que siempre hay que hacer caso a la intuición femenina y los consejos de las madres así que desde la estación la llame y me advirtió que quizás no debía irme, si la ida había empezado ya con tantos baches era probablemente una señal. Aún así decidí omitir esas señales y compré el billete de las 9 que me llevaría a la Estación del Norte en donde me estarían esperando Abe y su amigo Roca junto con Herkki, Walter, el italiano y la estonia.
Solo era el comienzo de tres día increíbles, gente muy especial, conversaciones sin sentido demasiado realistas, Lambrusco, una guitarra y el Tango de los sonámbulos, un lobo negro, Tarantino, el pantano con olor a humo de fresa y ese desafiante puente contenido bajo las vías del tren y sobre el agua turquesa.
Contar hasta tres y no soltarte, uno (respiro), dos (vacío), tres (silencio), vuelve a contar. Entonces tus manos dejan el hierro, das un pequeño salto, no piensas, ves el agua, no gritas, juntas las piernas, brazos sobre el pecho, sacas aire y cuando te encuentras sumergido rodeado de burbujitas llega a ser el momento más reconfortante entre saltar y volver a la superficie.
- Buenos días preciosa.
El sol te da en la cara, sonríes y se apoderan de ti unas tremendas ganas de vivir.
El ave se acerca y me dice:
-Se comenta por ahí que no sabes disfrutar de la vida
-Son solo falácias.
-Eso me temía. Enamorado me tienes.